domingo, 12 de septiembre de 2010

Relato inspirado en el cuadro Los amantes de René Magritte


Un sueño, una magia, un despertar agitado en medio de sábanas blancas húmedas por el sudor de los dos. Un cuadro en su mente, ella de vestido rojo encandecido y él de smoking tratándose de besar mientras una sábana parecida a la de su cama les impedía hacerlo. Él sabía que era ella, su presentimiento no podía engañarlo, era su amante, pero no veía su rostro. La atmósfera de su sueño era pesado, quizá enigmático, no le producía confianza. El saber que era ella, Regina, una mujer casada y con un hijo, le producía aún más temor. Era algo pecaminoso y ellos lo sabían, conocían su error, pero era inevitable, se amaban, se deseaban profundamente, se necesitaban. Pensaba que quizá ese miedo que generaba estar con una mujer prohibida lo había llevado a soñar eso, esa prohibición representada en medio de una sábana blanca, mojada; esa pintura frívola pero llena de color, que permanecía inevitablemente en su mente. Trataba de cerrar los ojos mientras acariciaba suavemente las curvas de la mujer para excitarse y olvidarse de aquel cuadro. Pero no, su piel erizada le impedía hacerlo. Lo sumergía suavemente en la misma imagen, esa imagen viva, despierta, inequívoca.


En medio del insomnio que le produjo aquel sueño, aquel presentimiento, se despertó definitivamente parándose de la cama y dirigiéndose hacia la cocina. Su amante durmió otros cuantos minutos para después levantarse y partir en medio de la penumbra en que dejaba a su amado. Lo besó, lo acarició, para decir adiós. La espesura del ambiente se hacía notoria, todo parecía ser un mal augurio. Un baño calmaría aquella sensación de nostalgia que, además, le hizo sentir Regina al partir pues aquel beso fue confuso, amoroso, lleno de tristeza por alejarse de su lado. Sus labios temblaban queriendo decirle algo pero el silencio se apoderó por completo de aquella escena. Una escena que nunca volvería. Las gotas de agua resbalaban con ligereza, confundiéndose con una lágrima que sin querer quiso salir a flote y desprender del interior del amante una sensación más fuerte, algo que no comprendía y que lo hacía sentir impotente.

Dos noches pasaron sin dormir. Todas con el mismo sueño, el mismo cuadro entre sus párpados. El color rojo del vestido, su smoking, la pared azul petróleo con negro que relacionaba con una tormenta, una alcoba por que había techo. Todo era confuso, sentía temor, angustia. Dos noches además que no supo nada de Regina, era costumbre que después de verse no hablaran por algún tiempo, para no dar sospechas. Pero le hacía falta, necesitaba de ella, quería contarle sobre la insistencia de aquel cuadro en sus sueños.


Quiso salir a buscarla a como diera lugar, tocaría en la puerta de su casa y le haría señas para que saliera o para que se encontraran. En medio del camino, desesperado y tiritando por el frío permanente del invierno de Bélgica, sintió curiosidad al mirar hacia el río Sambre y ver un grupo de personas mirando algo sobre las aguas mientras la policía trataba de controlar el acontecimiento. Fue hasta el lugar, la aglomeración de personas mirando no dejaban ver al amante lo acontecido. Miró la patrulla de la policía mientras trataba de entender el porqué de la presencia de René, hijo de Regina y su esposo Leopold; su presentimiento se hizo realidad, el cuadro también, Regina con el vestido rojo era la protagonista de la escena, envuelta su cara en una sábana mojada como la de su cama, estaba muerta, se había suicidado tirándose al río para ahogarse y morir con la cara tapada de la vergüenza. El llanto se apoderó por completo de los ojos del amante, no podía creer que el azul petróleo del cuadro representaba las aguas turbias del río, turbias por un suicidio cometido por el error de amarse dos personas en medio de la infidelidad. No comprendía por qué lo había hecho sin comentarle, sin hablarle sobre el problema psicológico por el que estaba pasando, sabiendo que entre los dos habían podido superarlo o al menos apoyarse el uno en el otro. Otra vez el silencio se apoderó de su mente, de su contexto, no sabía hacia dónde dirigirse a dónde partir sin su amor, sin su amante. Volvió a su casa, al lugar donde infinidad de veces se reunían para verse, para compartir. Mientras se le pasaban infinidad de ideas por la cabeza, cogió la sábana de su cama, cerró la puerta de su casa y se dirigió de nuevo al río Sambre. Se tiró al vacio, a las aguas heladas que corrían con caudalosa rapidez, con la sábana tapándole la cara para repetir una vez más la escena del cuadro de sus sueños y por segunda vez la escena misma en la que había muerto Regina, su amante.

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